domingo, 31 de enero de 2010

Curioso


 
Hace algunos días andaba yo por Zaragoza y entré en lo de Pepito con intención de curiosear las toneladas de novedades. Y para recoger encargos y echar una charla, claro. Casualmente, un rato más tarde presentaban un libro de Perec que no conocía. Me invitaron y me quedé, sospechando el pestiño.


Pero no: por una vez en la vida, el acto resultó interesante. Estaban el editor, el traductor y otras -pocas- gentes más o menos allegadas o interesadas. No quienes me temía que monopolizaran el acto. Pero ya se sabe: si algo no entra dentro de su -obtuso- corral no les interesa. Mejor así.

La editorial, segoviana, se llama La Uña Rota y ha hecho la versión española Pablo Moíño Sánchez, de quien tampoco sabía nada. Un chico agradable, verdaderamente culto, bastante joven todavía y con buena pluma, según he constatado leyendo alguna cosa suya en internet. La foto no es reciente pero se parece. Es el primero por la derecha. Por cierto: al fondo parece estar nuestro Luisgé (sic) Martín, un poco extendido. Buen artículo el suyo en El País sobre editores y derechos de autor hace unos días.




Hablando de parecidos, una chica que lo acompañaba resultó ser la viva encarnación de Issa, hija de Sandur... Bueno, para no dar más explicaciones, basta saber que es la sosias casi perfecta de un personaje de la novela que tengo medio atascada desde hace tiempo.

Ya la había visto hace unos años en otra librería en la figura de una chica francesa que pasaba sus dedos con destructora lentitud por la portada de un libro, luego rozaba levemente el brazo de su acompañante y, me fijé con pasmo, tenía los labios casi, casi morados. Parecía flotar sobre las cosas, estar ajena a todo y, sin embargo, nada le sorprendía.

Pero María, porque así me dijo que se llama la bella, tiene más carnalidad. Representa mejor esa cierta impasibilidad no sé si desdeñosa o cauta, si atenta o desprendida de motivaciones que en una memorable escena encandila a todos los que la escuchan casi sin hablar. Con sus pausas y su alienante suavidad. Ahora bien: lo poco que dice es demoledor. Ya veremos cómo resuelvo el embolado. 

Desde ahora, por supuesto, tengo una deuda con la familia Moíño. Por el préstamo imaginario y por la agradable mañana que me hicieron pasar.

viernes, 15 de enero de 2010

Ramírez Arellano, 37



Está cerca de la M30. Muchos días me quedo contemplando su figura elegante, algo embutida entre jardines y bloques de edificios bastante más altos. A pesar de todo, impone. La distancia ayuda a percibirlo.

Al principio me encantó su soltura de líneas rectas, la funcionalidad sin demasiado misterio de esa fachada de cristal enjaulada por vallas horizontales. Me atraían las terminaciones irregulares en los laterales, como si fueran barandillas descompuestas por una aparente imprecisión -muy buscada, desde luego: la arquitectura no deja flecos, no hay tal azar.

Ahora lo contemplo de otro modo. No me desagrada todavía pero se me ha metido en la mollera que ese detalle es mero manierismo e incluso un algo afectado, otra forma de contentar al poderoso que se decide a construir un edificio moderno ma non troppo.

"No nos vayamos a deslizar por la pendiente experimental.Tiene que ser funcional. Y bonito, ¿eh? Sobre todo, vistoso, a la par que elegante".

Otro día hablaremos del concepto de bonito. Y de la elegancia, por qué no.