lunes, 31 de mayo de 2010



Leyendo una entrada de un blog ultramarino lo he recordado: hay un personaje de mi primera novela publicada ("No es suficiente", Ópera Prima, Madrid, 2000) que se dedica a observar minuciosamente las nubes. El detalle es autobiográfico, como tantos de aquélla. Yo mismo lo hacía en formación mientras me tenían retenido dentro del C.I.R. de Palma de Mallorca, hace ahora 26 años. Desde entonces no he vuelto por ahí, pero seguro que el paraje está irreconocible. No así el cielo. Espero. 

Entonces no había otra opción para escapar del tedio y la presión psicológica. No sé cuál era más insufrible. Luego descubrí que la tensión, o el miedo, podían lograr una zapa más devastadora.

Me molestaba el sinsentido de las guardias, esas horas timadas al sueño o al sentido común, ese ridículo estar sin hacer, sin ser permitido, sin ser.

En cierto modo, el trabajo en que dormito tiene que ver con esa sujeción tan lejana. Me han hecho creer que es por un motivo. O que debería gustarme mucho. O que es parte consustancial de mi existencia.

No entiendo nada de eso. En todo caso, salgo a la calle, levanto la cabeza y me dispongo a escrutar. Hay tanta calma en lo que no es alcanzable...

martes, 25 de mayo de 2010

Y además Stephano Landi, para los que no lo conozcan

Que redunda en lo dicho anteriormente. Ahora canta Marco Beasley, también con L'Arpeggiata de Christina Pluhar.

Pur ti miro, pur ti godo



Donde se demuestra una vez más que lo antiguo es fuente de disfrute y capaz de activar la imaginación creadora si se contempla con ojos nuevos y nueva sensibilidad. Y, cuanto más antiguo, mejor.

El barroquísimo Monteverdi, tan coñazo en alguno de sus libri madrigalescos, aquí crea afición. Sales de esta experiencia como de algunas tardes grandes en Las Ventas: toreando por la calle de Alcalá.

Y otra vez el señor Jaroussky, esta vez con Nuria Rial y tan exquisito como sobrado de facultades. Si es que nos están viciando...

domingo, 16 de mayo de 2010

Vanitatis



Para ser sincero, creo que hay una motivación imprescindible a la hora de ponerse a escribir. Y no es la misma en todos los casos.

Algunos, los más, lo hacen llevados por la vanidad. Yo, afortunadamente, he conseguido domeñarla hace ya bastantes años. Resultaba enojosa, estéril y muy pesada de llevar a hombros. Y, sobre todo, entorpecía el estilo. No hay más que ver a tantos que crearon cosas interesantes en épocas de dichosa indiferencia y luego fueron incapaces de elevarse un milímetro cuando ya se conocían. Penosa sensación.

En mi caso, no hay duda. Necesito sentirme mal

No me refiero a estar devastado por la frustración ni a haber experimentado una desgracia tremebunda. Ambas situaciones reducen la voluntad de crear a un amasijo borde, inerte. Más bien, hablo de esa sensación de que "algo pica en la punta de los dedos", esa leve insatisfacción porque el mundo está ya organizado a tu alrededor, te la trae floja si de mejor o peor modo, incluso pasas de entender por qué cambia siguiendo pautas que, por otra parte, ya habías previsto...

En fin, que no te gusta lo que ves y deseas recrearlo en tu interior. Hacerlo de otro modo. No necesariamente para mejorar lo que sabes inmutable, pero sí de modo que permita tu presencia y un par de gramos de sentido. O de sinsentido iluminador.

Sin embargo, hay algo más que no puedo identificar y es tan necesario como lo anterior. Porque lo descrito es el mundo de diario. Lo que soportamos de mejor o peor grado. Y no necesito aclarar que no todos los días estamos para pasarlos delante de esta pantalla de ordenador devanándonos la sesera.

Ese otro motivo que me obliga a sentarme en lugar de vivir lo que ya conozco puede que sea el simple aburrimiento, o acaso la intervención de las musas.

O quizá lo que no quiero confesarme.

martes, 4 de mayo de 2010


¿No es divertido ver estos días el vaivén alocado de la bolsa española?

Hoy baja un cinco por ciento debido a un estúpido rumor que ni el cuento de Caperucita. Mañana sorprenderá con escaladas de vértigo por motivos tan peregrinos como el "repunte de las expectativas" o la "vuelta de la confianza". ¿Confianza en qué, si no es más que un casino infame donde sólo se puede ganar apoyándose en la desgracia de otros muchos?

De todos modos, quién tuviera unos millones de euros para apostarlos mañana mismo al -inevitable- caballo ganador...