martes, 30 de noviembre de 2010

Nueva cosa publicada de David Monteagudo


Y digo "cosa" porque no llega a novela pero, por su estructura, tampoco "Marcos Montes" (Ed. Acantilado, Barcelona, 2010) es un cuento, ni siquiera uno largo. Llamémosla novelette.

Ya recordarán que en mi entrada de 25/3/2010 di un rapapolvo moderado a su primera novela, "Fin". Entre otras cosas, por la falta de compensación y de verosimilitud entre dos elementos argumentales. Uno, realista y más bien plano. Otro, fantasioso, propio de ciencia-ficción o película de desastre planetario.

Pues en "Marcos Montes" también hay dos elementos en cierta medida contrapuestos. Sólo que esta vez ha aprendido la lección y ha sabido encajarlos de modo más armonioso. No exento de defectos, debo decir, pero con resultado mucho más satisfactorio.

Para más señas, durante las primeras 60 páginas (de las escasas 118 en total de este volumen) pensé que me encontraba ante un escritor que había madurado de golpe y, si bien no era para entusiasmarse, sí al menos se postulaba como alternativa de peso a los mejores del panorama español. Tampoco es mucho decir, pero vaya, que merecía la pena.



Dos o tres detalles criticables me han hecho cambiar parcialmente de opinión. El primero, la reiterada falta de verosimilitud de los diálogos. Pase que el muy lamentable artificio final lo justifica todo (al menos, eso querría Monteagudo) pero, aún así, hay párrafos que no son de recibo en un autor al que se apresuraron a proclamar como revelación del año pasado.

Tampoco me parecen soportables ciertos excesos retóricos, con fórmulas manidas y sensación de estar leyendo "literatura prestada". Por más que se pretenda imponer esa rutina perezosa en la moderna narración patria, se trata de escoria verbal con la que mal se puede armar literatura de nivel. 

Tampoco encuentro razonable que el protagonista, un minero con escasas perspectivas vitales ni intelectuales tenga un discurso tan bien hilado, tan culto, en definitiva.

Por otra parte, la anécdota referida al pasado, con ese amor trágico, resulta inverosímil... Hasta el chundarata final, que encuentro inane y pueril.

Pero los reparos que opongo son básicamente de tipo argumental, amén de que debería cuidar mucho más la frescura de los diálogos (algo ha avanzado en esta entrega, pero todavía suenan a falsos).

Está claro que David Monteagudo se defiende bastante bien en registros cotidianos. La primera parte, dedicada sobre todo a describir el ambiente de la mina, me ha parecido buena. Con los defectos señalados, resulta competente y eficaz. Se lee con fluidez y da la impresión de que nos va a conducir a algo mucho más sólido que ese giro lamentable hacia lo fantasioso, lo onírico de medio pelo en que acaba todo.

No sé: al comienzo me había hecho ilusiones que luego se han visto defraudadas. Es evidente que estamos ante un escritor al que, para su fortuna, han dado cancha suficiente y puede ofrecernos cosa mucho mejores.

En fin, seguiremos a la espera.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Un poco de caña al cerebro con Beat Furrer...



...Que de "still" tiene poco, me parece. Más bien, juguetona e inquietante.

miércoles, 24 de noviembre de 2010



Buena parte de la enfermedad que mina las letras españolas, a mi entender, tiene sus orígenes en la diáspora de talentos tras la Guerra Civil y la política de represión que la sucedió. Porque no hablo sólo de las tres generaciones creativas del primer tercio del siglo XX y sus lumbreras, que se fueron mayormente a hacer viento ultramarino, sino de una pléyade de maestros, médicos, investigadores, catedráticos y abogados, militares y editores, gentes de rango medio y muy buena formación que tuvieron que emigrar o fueron silenciadas de un modo u otro al permanecer en España. 

Esos cuarenta años largos de indigencia intelectual nos siguen pasando factura. ¿Cómo se puede entender, si no, la mediocridad de lo que se produce y consume? ¿Hay alguien que no se percate de la corrupción generalizada en el mundo literario? ¿Por qué los tejemanejes que la convierten en ciénaga de indocumentados con relaciones no parecen a nadie un escándalo nacional? ¿Por qué, en definitiva, somos tan cutres que no interesamos a nadie más allá de nuestras fronteras y vienen medianías de lejos a hacernos sombra?

Lo más ridículo es que, ante esto, hay quienes se regocijan. Otros imitan modas exteriores y esperan que suene la flauta. Los más, simplemente, no dicen nada. Ni piensan cosa de provecho, no sea que les haga pupa.

Lo único bueno de este panorama espantoso es que cualquier cosa hecha con una mínima dignidad y capacidades suficientes va a llamar la atención. O esa idea me consuela. 

lunes, 22 de noviembre de 2010

Críticas



El halago y el insulto, formas de opinión, al cabo, comparten con la crítica una necesidad imperiosa: ser precisos.

Elogios como "estás guapa" o "me ha gustado mucho lo que escribiste" no significan nada. Más cuando son respuestas obligadas. Tampoco esas reseñas de suplementos culturales en que se dedican a dar jabón sin vergüenza ni criterio a todo lo que se presenta avalado por tal marca.

Tanto en el dicterio como al sobar la camisa hemos de ser más incisivos. Nadie se reconocerá en un "hijoputa" o un "gilipollas" pero sí cuando el que le malquiere ataca su punto débil. Y para eso hay que saber dónde herir.

La opinión crítica exige conocimiento. Éste sólo se logra tras la observación y el estudio del adversario, o del ser amado, tanto da. Y por ello, amén de pasión, puesto que al opinar no es preciso ser fríos analistas, debemos tener una pizca de inteligencia.

En mi práctica diaria descarto de inmediato los comentarios injustificados o las opiniones unilaterales, sean favorables o no. Si he de decir verdad, prefiero el silencio. Tanto tiempo en él me ha acostumbrado.

Sólo cuando alguien me espeta el "bueno, me ha gustado pero..." o bien "no es de mi estilo, ya lo sabes, aunque creo que...", entonces despliego las antenas.

Por eso echo tanto de menos una buena charla sobre lo que me importa sin bobalicones del "todo vale" ni pasmarotes egocéntricos sacando a relucir sus inquinas.  

martes, 9 de noviembre de 2010

Blogs y blogueros



Como recibo pocos comentarios de los desdichados que visitan este blog, no sé exactamente por qué lo hacen, salvo los conocidos, claro. No entiendo qué mueve al curioso de Chile o Georgia (últimas visitas que me han llamado la atención) a entrar en uno con título tan poco prometedor. Llamativo sí que es, pero nada más. 

De todos modos, ¿habrá alguien en el Cáucaso que hable español? ¿Vienen los exóticos atraídos por algún nombre famoso de los que cito? ¿Es un fallo del sistema de chivatazo on-line? Mysterium tremendum que apenas me deja dormir más de ocho horas a la pata llana.

Muy de vez en cuando me pierdo visitando otros blogs enlazados con los tres o cuatro habituales. Si tratan de poesía casi nunca paso de la última entrada. Eso sí, suelen ser bastante más vistosos y estar mejor diseñados que el mío, por mucho que no expongan más que chorradas sentimentaloides.

Si, en cambio, se dedican a otros asuntos, llamémosles "personales" hay que gritar "¡Fuego! " y salir de estampida.
Siempre me da la impresión de que lo mucho y muy tonto que tenemos todos en común es lo que con más ahínco busca exhibir la gente que da en estas escrituras. ¿Para qué? ¿No es suficiente con ir de vacaciones al mismo lugar y por las mismas fechas, ver las mismas películas o escuchar el consabido hilo musical que proponen los de siempre? Más valdría quedar en persona con los colegas y tomarse unas copas viendo las fotos del finde.

No creo que "El mejor escritor desconocido" tenga nada que ver con esas cosas. Quien vaya buscando desahogos sentimentales y lea aquí se va a sentir irremisiblemente defraudado. Yo los tengo, pero muy otros. Y mi intención al abrir este blog era sobre todo "mantener los dedos activos" en períodos de sequía creativa y soltar algunas barbaridades respecto al mundo literario para que casi nadie las escuchara y poder organizar mejor las ideas.

Como todo se sabe, que decía un amigo, y al final los de siempre también están en el ajo, con el tiempo me he tenido que cortar una pizca y cuando digo la burrada de rigor al menos he de ser capaz de argumentarla con solidez. Tampoco es mal ejercicio intelectual.

En cuanto a mis aficiones estéticas o musicales... Ya van ustedes conociéndolas, y eso que apenas he empezado a mostrarles la patita...

sábado, 6 de noviembre de 2010

Lecturas


Últimamente he leído "La danza piadosa", primera novela de Klaus Mann. A pesar de algunos prejuicios contra las óperas primas, superó brillantemente la prueba de la "apertura súbita" y no dudé en comprarla. 

La visión del talento literario precoz no siempre es agradable. A menudo tiende a resultar demasiado apasionada, íntima, desbordada por el esteticismo; cargante, en suma. Todos esos defectos podrían achacarse al joven Mann pero, no obstante, mi memoria retiene dos o tres escenas brutalmente descritas, muy a lo expresionista. Una de ellas, la pensión berlinesa infestada de chinches adonde llega el protagonista tras escapar de la casa paterna. Otra, en un hostal de medio pelo donde los personajes parecen animalillos que se desperezan y arrastran por el suelo en diversas actitudes. Y, sobre todo, la "fiesta Clo-clo-clo" con el todo París desmadrándose en adoración de un efebo infiel. Delirante. Inolvidable.



El resto, escrito tras la Gran Guerra, está lastrado por un lógico sinsentido generacional, un misticismo exaltado y diversas búsquedas intelectuales más bien descarriadas que prefiguran los horrores venideros. Demasiado para poder vernos identificados en estos momentos. O sí, quién sabe.

Vaya, no sé si me habrá entusiasmado la novela en su conjunto pero ya querría yo haber tenido la cuarta parte de su madurez cuando, allá por el 2000, publiqué "No es suficiente". Es que debo de ser un poco tardío. O tardo, quien sabe.

En parte me redime el saber que, si acaso envidio algo, es este tipo de obras y a estos autores. No a los tontolabas del momento.