martes, 31 de mayo de 2011

Novelar, novelar. Viva la novelación.





Esto de novelar es oficio bien confuso. Pongo como ejemplo lo que sucede con los personajes. 


Hay algunos que me son totalmente conocidos incluso antes de saber qué historia van a protagonizar. Muy a menudo, son germen de la trama central o de alguna ramificación secundaria. En este segundo caso su nacimiento promueve necesidades imprevistas y problemas que yo califico "de corrimiento de bloques" (argumentales). Por lo general, no muy arduos de resolver. 


Están los que surgen por derivación de algún otro personaje anterior. Peccata minuta. Son como cosa de añadidura, acompañan o justifican algún aspecto que hasta entonces había quedado cojo en aquellas situaciones de las que parten. Suelo cogerles cariño, para qué negarlo. Veamos el ejemplo del tío Vale, que lo es de Julio, personaje central en la trama de "Parece septiembre". Apenas me nació, supe que iba a ser hijo de mis predilectos. Varios años después de haberlo ideado me sigue gustando la conversación que se gasta con su sobrino en el taller de pintura.


Otros acuden después de estructurada la novela, pero sin tener la menor idea de su función real en la misma. Los llamo "personajes de relleno" y son los que, a la postre, más juego suelen dar dentro de la ralea de los llamados "secundarios". 


En "Parece septiembre" hay varios, pero quiero acordarme de los dos jóvenes rubios que aparecen en la primera página y luego ocasionalmente, sin que a estas alturas de partido sepa qué pintan ni por qué me empeñé en mantenerlos durante tantas páginas y junto a historias más justificables para la paciencia del lector medio. Sólo sabía que debían permanecer, incluso hacer alguna aportación muda en momentos especialmente señalados. Tampoco me pregunten por el sentido de esos gestos, porque hasta ahí hemos llegado. Que cada cual extraiga conclusiones.


Y quizás, para terminar, están aquellos que son como la tapa de un hueco que no se sospechaba. Un hueco argumental, de estructura, de sostén o equilibrio lógico, de lo que sea. Muy a menudo, pasan desapercibidos al inútil del creador hasta que un día, conduciendo sin ver, surge la evidencia. Si logro sobrevivir a la hazaña de anotar los datos reveladores en mi libretilla a la vez que miro de reojo la carretera, seguro que hacen del proyecto naciente algo grande. O eso quiero pensar, porque era tan sencillo, estaba tan a la vista...

martes, 24 de mayo de 2011

¿Y ahora?









¿Vamos a seguir empeñados en que (desde 1991) no ha pasado nada? 


¿No hay nada que decir cuando por la calle cada vez deambulan más rinocerontes aplastando lo que encuentran a su paso?


Porque yo estoy pensando en emigrar a Australia, por lo menos...

sábado, 21 de mayo de 2011

Julien Gracq, uno de los grandes, en estado menor.



"El rey Cophetua", de Julien Gracq, es una de esas obras breves, bellas, exquisitamente escritas que, al acabar su lectura, me han dejado la sensación de que no las había entendido en absoluto. Eso, o que no querían decir nada. 

Siendo Gracq uno de mis autores favoritos y sabiendo cómo las gasta, me temo que el inepto he de ser yo de todas, todas. Pero mientras disfrutaba de su prosa hipnótica, morosa, envolvente, no dejaba de preguntarme:"¿y este tío a dónde quiere ir a parar?".

Pero seguía disfrutando de esa especie de seda pútrida con que rodea hechos triviales, andanzas erráticas del personaje principal, acciones inverosímiles de la criada de la casa. Una casa casi vacía, fantasmal, en que el protagonista espera a su amigo en el otoño de 1917, no lejos de la línea del frente franco-alemán.

La novela tiene tanto de sueño imposible como de alucinación veraz. El amigo, aviador del ejército francés, no acaba de llegar. Tampoco se explica la relación entre ambos, salvo que la amistad viene de antiguo, ni el motivo de que el protagonista haya sido citado esa precisa tarde en el caserón de su propiedad. 

En el pueblo no hay nadie por las calles; en la villa, la única persona que la habita, una suerte de criada enigmática, tampoco parece saber gran cosa. O quizá es que prefiere no decir nada. Por ocultar, ni su mismo rostro es visto por el narrador, a pesar de que se encuentra con ella varias veces en las estancias de la mansión envuelta en sombras.  

Por parte del escritor, la gestión delicadísima de la "desinformación", el aluvión de datos inútiles que no aportan mayor conocimiento de los personajes ni de las circunstancias en que se desenvuelven, es magistral. En las cien páginas escasas del volumen apenas sucede nada.

Bueno; algo sí sucede, pero ese hecho lo dejo a la curiosidad de mis lectores. Además, apenas tiene relevancia para la acción de la novela ni para el protagonista.

La historia que da título al libro, la leyenda del rey que, desdeñoso con las mujeres, acaba por enamorarse de una bellísima mendiga, tampoco viene a aclarar demasiado a un lector embelesado y perplejo a partes iguales.

Sin embargo, lo he pasado tan bien enfrascado en las páginas de esta preciosa novelita que sólo puedo recomendarla o, mejor aún, que quien sienta curiosidad por Gracq comience leyéndole "El mar de las Sirtes" o, quizás en primer lugar, "Los ojos del bosque".

No se arrepentirá. Es uno de los grandes.


miércoles, 18 de mayo de 2011

Gustav Leonhardt





Ayer sucedió. A las siete y media de la tarde, en el Auditorio Nacional de Madrid. Sala de Cámara. 


En el centro del escenario no había más que un clavecín de color azul cielo. Delante, un anciano de más de ochenta años delgado, sobrio, elegante, con su mano izquierda enfundada en una suerte de mitón negro. Se colocó unas gafas de pasta igualitas que las que podría haber usado mi abuelo y comenzó a interpretar. 


El repertorio era de lo más variado, desde los highlights del barroco español (Correa de Arauxo, Bruna, Cabanilles, Scarlatti, Blasco de Nebra) a los del alemán (Pachelbel, Böhm, Bach). Apenas hora y media, pero quién necesita más cuando has tenido delante de tus ojos (y de tus oídos) a una de esas leyendas de la música que nunca pensaste que podrías disfrutar. 


El hombre, que parecía encontrar excesiva la ovación con que se le recibió de entrada, simplemente se sentó al teclado y, casi de golpe, atacó las piezas. Cada una con su matiz, con aparente ligereza las más evolucionadas, con torpeza conmovedora las más toscas (falsamente toscas, desde luego). Una lección de sabiduría musical y destreza interpretativa. Pero aportando su visión en cada momento, descifrando la sensibilidad del autor, de la época, de la ocasión. 


Por supuesto, todos tenemos nuestras pasiones. Al final del concierto, antes de acometer cierta "Aria variata alla manera italiana", de Bach, se puso de pie y, con voz modulada y en un inglés delicioso, nos explicó qué opinaba de la época en que pudo ser compuesta esta obra juvenil del genio, cómo le emocionaba su sencillez y, al mismo tiempo, le resultaba maravillosa por la riqueza de sentimientos que era capaz de expresar con dos tonalidades básicas repetidas ad infinitum. Nos habló de la maravilla extraña que era esa música, de una vida aparentemente anodina donde se encerraba brillantez y pasión como no se habían conocido. En realidad, pienso que nos estaba hablando de su vida. 






Y al final, de propina, tras salir a saludar unas cuantas veces, nos entusiasmó con una de las Variaciones Goldberg. Hubo gente que lloraba, aplaudiendo en pie, vitoreando al vejete. Yo no, por supuesto. Yo soy un hombre y no me dejo arrastrar por la emoción. Por eso esperé un ratito sentado en mi butaca hasta que todos hubieron abandonado la sala. No era cosa de. 

sábado, 14 de mayo de 2011

Dos versiones, dos. Y no tienen novia.


A ver quién tiene narices de preferir una versión del "Caldo sangue" de A. Scarlatti sobre la otra.













Yo, lo confieso, no siempre soy imparcial. Depende del momento.

Sin embargo, estos videos en que la partitura va corriendo al unísono con la música permiten ver discrepancias en la interpretación.

Por ejemplo: que Jaroussky la canta de modo menos lineal, con más gorgoritos, trémolos y otros recursos propios de lo que debía de ser en el barroco. Mientras que la Bartoli se basa en su prodigiosa voz y en esa técnica exquisita. ¿O no llega casi al "filato" en ese "diminuendo" progresivo, dramático, de la parte final? Impresionante.

Impresionante.

viernes, 13 de mayo de 2011

Silva de varia lección -creativa-





Releo "Veinte semanas" (Espasa, 2005), una irregular novela de mi paisano Javier Sebastián, mientras espero echarme a los ojos su "El ciclista de Chernóbil", que ha aparecido en DVD hace unos meses y promete.

Aunque no es lo mejor de Sebastián, ni mucho menos, está sirviendo para reafirmarme en algunas impresiones que había dejado anotadas a lápiz en los márgenes del libro, e incluso añadir algunas nuevas.

No suelo releer demasiado. Cuando lo hago, siempre me sorprende reencontrar la gavilla de comentarios abandonados y lo bien que pasa el tiempo sobre los más ajustados. En este caso, me había llamado la atención el problema, que ya lo era entonces, de la "descarga informativa": cómo y cuándo dar al lector las dosis correctas de información. Primero, para que sean eficaces. Segundo, para no tratarlo como idiota ni engañarlo burdamente.

En "Veinte semanas" no necontré la solución. Todo lo contrario. Tengo anotadas varias páginas, allá por la mitad de la novela, en que Javier Sebastián mete la pata de modo extraño, absurdo, cuando hasta entonces había salvado los muebles mal que bien y la novela se arrastraba sin grandes tropiezos.





Otro asunto que también está tratado de modo poco apropiado (a mi entender) en una novela como ésta, que debería ser más puntillosa, es el asunto de la verosimilitud de los narradores. No vale que cualquier personaje cuente cualquier cosa de cualquier modo a cualquier otro. En este caso, si no recuerdo mal, era una madre narrando a su hija de catorce años historias detalladísimas y más bien escabrosas durante un viaje en autobús. Ni cuadra el tono ni la textura de la prosa, que debería ser algo menos "literaria".

Asimismo, detesto que en una novela establecida desde su comienzo como narración "sencilla" aparezcan virutas de grandilocuencia, excesos retóricos que no sirven más que para demostrarse a sí mismo que uno es capaz de escribir muy bien si lo desea.

Gajes de ser escritor. No puedes disfrutar de una lectura inocente, sólo por el placer de leer, sin enarbolar el aparato crítico. Salvo cuando el autor es tan bueno, tan sutil, que consigue engañarte.

Por cierto: releída la entrada, da la impresión de que Javier Sebastián no es escritor competente o comete errores de bisoño. En otras ocasiones no ha sido así. De hecho, lo considero, junto con Carlos Castán, el mejor prosista aragonés actual y, por lo general, me han gustado casi todas sus novelas. Ésta, a pesar de lo dicho, mantiene el interés y la tensión hasta el final. La arquitectura narrativa está sabiamente organizada para conseguir tal efecto. Lo único es que creo que los modos concretos no están a la altura del diseño inicial y por ahí hace aguas. Sencillamente.

viernes, 6 de mayo de 2011

"Los anticuarios", de Pablo De Santis




Casi no me lo creo, pero me ha gustado. Y mucho. Ya saben vuesas mercedes que soy poco dado al entusiasmo repentino salvo que la ocasión lo justifique, y menos en asuntos literarios. Para colmo, se trata de un libro recién aparecido y de escritor contemporáneo. Nada menos. Quien me lea no lo cree.

Pablo De Santis, argentino, casi de mi quinta, es un excelente narrador con sólida producción anterior. Hasta aquí, nada que no se conozca de sobra. Lo que sucede es que yo no le había prestado demasiada atención antes de hojear su última novela. Al instante quedé enganchado.

Para empezar, está muy, muy bien escrita. (Omito algunos fallos menores porque yo no soy Ricardo Senabre ni éste es un ejercicio de crítica periodística en el que deba justificar mi sueldo rebuscando minucias). El estilo de "Los anticuarios", fíjense en lo que digo, me ha recordado poderosamente a Bioy Casares, a Borges, a la más alta corriente de la literatura argentina del siglo pasado.

Es una novela bien pensada, bien trabada argumentalmente y con bastantes detalles de alta literatura. Lamentablemente, sólo quedan en detalles. El tono general, si bien irreprochable, está falto de mayores pretensiones, con lo que se parece a lo que podría haber sido una obra menor de Bioy: una narración muy amena, de carácter fantástico-detectivesco, en que sus temas más importantes (la inmortalidad, el amor, el destino humano) a pesar de estar siempre presentes, en cierto modo se diluyen en la anécdota.

Asimismo, los personajes que rodean al protagonista no pasan de meras estampas como de atrezzo. Condicionan sus actos pero jamás parecen tener vida propia. Con un par de excepciones en que se adivinan sentimientos, vida interior, son demasiado inamovibles. Aunque quizás la primera persona en que está narrada la historia limita la percepción del lector.  




Por lo demás, repito que "Los anticuarios" es una narración excelente. La mejor que he leído de autor hispanohablante desde hace bastantes meses.

Las peripecias de un joven periodista de medio pelo en el Buenos Aires de los años 50 y sus encuentros con diversos personajes de pintas más bien siniestras (si exceptuamos a Laura, hija de uno de ellos, de quien se enamora irremediablemente) son excitantes, si bien poco verosímiles.

Pablo De Santis ambienta un mundo sórdido y fantástico a la vez que, a pesar de lo inusual, atrapa al lector. Las costumbres de la secta-raza de los anticuarios, el amor desmesurado a que antes me refería, sus crímenes, la sed primordial que sufren los afectados, las obsesiones en que se recrean unos y otros están tratados de modo ligero, un poco epidérmico pero ágil y muy atractivo. Y el final no decepciona.

En definitiva, lo recomiendo a quien quiera pasar un buen rato sin levantar la vista de sus (nada excesivas) páginas. Guste o no, al menos leerá buena prosa, que en los tiempos que corren no es de despreciar.  

lunes, 2 de mayo de 2011

Ha muerto Osama.



Hay algo que me resulta repugnante en la celebración de la barbarie. Da igual que sea una turba integrista celebrando el último atentado o los gañanes norteamericanos saludando con tonos idénticos la ejecución de Osama Ben Laden. No consigo alegrarme en ninguno de los casos. De hecho, me dan escalofríos.

Dejando aparte la salvajada de las Torres Gemelas (1) o la tragedia brutal de Atocha, o la del metro de Londres, me da la impresión de que cargarse al enemigo a tiro limpio, previo bombardeo de su búnker-residencia, no es la mejor manera de "hacer justicia" (Obama dixit).

Me ha venido al recuerdo la imagen de las tocineras de la Guardia Civil de cunda todas las tardes tras el juicio del 11-M, cuando pasaban, escoltadas por un helicóptero, por la carretera que bordea la universidad de Alcalá. Se dirigían a la cárcel de Meco, por supuesto, y dentro iban los acusados del atentado.

Entonces sí creía que "se estaba haciendo justicia". Que los culpables de la barbarie estaban siendo ahormados (por cojones, pero ahormados) a nuestros criterios de sociedad civilizada, de derecho racional. Entonces me sentía orgulloso de nuestro sistema de convivencia y del estado legal en que vivimos.

Por otra parte, lo que todo terrorista busca es la reacción para excusar su próxima brutalidad. Acción, reacción. Hasta el infinito. Que nos lo cuenten a nosotros tras cuarenta años de ETA.

En fin: alivio, sí, en parte. Pero esto no ha terminado, ni mucho menos. Al tiempo.




(1) De la que lo único que no lamento es su desaparición física: eran feas de cojones. Con su hueco, el skyline ha ganado bastante.

Frank Zappa. "The yellow shark"


Este señor que aquí aparece es Frank Zappa. Y el disco del título es el último que realizó, con el Ensemble Modern, en 1992 y en concierto. Pues bien: probablemente estamos hablando del músico y compositor más dotado de toda la historia del pop. No en vano siempre reconoció la influencia decisiva que había tenido Edgar Varèse en su modo de componer.

Lo que sucede es que Zappa es, ante todo, un ecléctico. Y esta palabreja, que tanto se ha alabado sin saber muy bien qué alcance tenía ni a dónde nos mandaba, en su caso es modus vivendi. Cualquiera de sus muchísimos discos puede sustentar esta afirmación.





Pues bien: aparte de mi absoluta admiración por el personaje, he de decir que "The yellow shark" es un disco de música contemporánea, de música seria, si tal aberración se puede decir de algo en lo que Mr. Zappa metía la batuta. Sin embargo, al estar grabado en directo de una actuación real las cosas cambian. Estamos ante un concierto clásico con público más bien adicto al rock que a la música clásica, que aplaude y vitorea con todo entusiasmo en medio de una composición, si le parece oportuno. El resultado es fresco y estimulante.



Sobre todo, por la falta de concesiones que muestra en el disco. En buena parte de las piezas es música contemporánea, sin más. A veces, dura para el oído no habituado a transitar estos andurriales. O para los que sólo sepan escuchar con etiquetas y clichés.



Otras, más en su línea irónica, con humor ácido y largas parrafadas que introducen cambios de ritmo sorprendentes y un mestizaje sonoro que debería dar envidia a más de un compositor comme il faut. Con ver títulos de piezas como "G-spot tornado" nos podemos hacer una idea del genio chorrón de Zappa. Sin embargo, la composición que yace bajo la humorada es deliciosa, impecablemente concebida y felizmente ejecutada por el Ensemble Modern, excelentes instrumentistas.



De todos modos, el motivo de incluir esta entrada es, aparte del homenaje debido a uno de los grandes, la creencia de que discos como The yellow shark" son la mejor puerta de acceso, no sólo a la obra siempre estimulante de Zappa, sino a la música contemporánea más sesuda.

Estoy harto de esa pereza intelectual que admite la pintura o literatura de las diversas vanguardias y a la vez no resiste nada compuesto después de Mahler. Si cualquiera puede ir a una performance o instalación del último mangante conceptual, debería también ser capaz de escuchar los conciertos de los que he dado cuenta en la última temporada, por ejemplo. 






Lo dicho: si hay que escuchar cosas que nos quiten las telarañas del cerebro. ¿Por qué no empezar por Zappa?






Que no se me olvide: quiero dar las gracias a Juan José Blasco (muy recomendable su entusiasta página de música pop en facebook) por la referencia de este disco. Me ha hecho pasar grandes ratos.