domingo, 28 de abril de 2013

No saben, no contestan.




La de tiempo que llevamos comentando (y no solo en este blog) que de este modo no salimos del hoyo. Ni ahora, ni nunca. 

Si no hay apoyo a la creación de empresas y, por tanto, de empleo, si no mejora el flujo de crédito, si no se procura un reparto menos indigno de la riqueza de este país, si no se fomenta la investigación de todo tipo y su aplicación a las empresas, si no se mantienen los escasos derechos sociales que teníamos y que ahora se han llevado los sinvergüenzas que nos gobiernan, esto va a estallar. Y pronto. 

Estoy muy harto de que nuestro hundimiento, los recortes, el paro, etc, sirvan para pagar a coste ínfimo la deuda alemana. Yo, que he sido siempre el más europeísta, me he acabado convenciendo de que, si seguimos así, podemos plantear muy claramente la opción de no pagar y salir del euro, incluso de la Unión Europea. Al menos, dependeríamos solo de nosotros mismos. 

Y ahora va el mamarracho de Rajoy y reconoce que las medidas de recortes generalizados no solo no hacen mejorar la economía sino que no se espera que lo hagan hasta, al menos, final de la legislatura. Con cerca de siete millones de parados, supongo. 

Y tiene razón el barbas de los cojones: solo mejoraremos en cuanto se vaya. Es decir, en cuanto podamos echarlo.

Esta gente del PP concibe al res publica como un corralito particular para uso y disfrute suyo, de sus amigos, familiares y de la panda de mangantes que los apoyan. Y en estos dos años y medio que quedan para las elecciones van a intentar defenestrar hasta la última migaja de estado que nos queda: sanidad, educación, territorio (empiezan con las costas y el fracking, a ver cuánto tardan en poner en marcha otra intentona de trasvasar el Ebro o privatizar los parques nacionales). Aunque me callo, no vaya a darles ideas. 

Hay que pararlos como sea. Digo de ellos lo mismo que decía de la Aguirre: son dañinos para la nación. Si no han cumplido su programa electoral y no son capaces de ofrecer una sola idea para remontar el panorama, que dimitan ya. 

martes, 16 de abril de 2013

"El anarquista que se llamaba como yo", de Pablo Martín Sánchez.




He tardado algún tiempo en leer esta novela. En primer lugar, porque dispongo de poco para la lectura diaria. En segundo, porque se trata de un ladrillo de 600 páginas que, aunque de lectura facilona, no deja de tener una longitud a la que me resisto hasta que no hay otro remedio. 

Como suele suceder, después del esfuerzo tengo sentimientos opuestos. Supongo que mis lectores recordarán que en una entrada allá por 30/6/12 critiqué su primer libro de cuentos, "FrICCIONES". Y que, en general, glosé sus valores y me declaré a la espera de la novela que ya prometía. Pues bien: leída está. Y su lector, un poco perplejo. 

No porque sea mala; al contrario. He reconocido que es de lectura ágil. Además, parece estar extraordinariamente bien documentada. Y, lo que es mejor, me ha llevado a leer una novela de Pío Baroja que también trata de los mismos hechos, "La familia de Errotacho", y ni conocía de nombre. 

Pero, como suele suceder con las expectativas, acaban decepcionando. No esperaba este libro de un cuentista fino, culto, con (cierta) capacidad de riesgo y de innovación técnica como demostró ser Martín Sánchez en el relato corto. 

"El anarquista..." es todo lo contrario, una narración tradicional, casi casposa, que entronca con lo más caduco de la prosa de entre dos siglos, pero pasada por el tamiz del contemporáneo afán por "divertir a toda costa", caiga quien caiga. 

A ratos resulta algo tediosa; sobre todo, por la prolijidad de bastantes diálogos y descripciones que, de verdad, eran innecesarios. Y por cierto didactismo fuera de medida y sentido de la oportunidad, que no creo que pueda justificarse por el final. Este, sí, me parece de lo más logrado de la novela, a pesar del giro argumental, algo forzado, pero atractivo. 

Incluso le cuesta alcanzar el estilo definitivo y al principio hay cierto amaneramiento y torpeza narrativa que me han llamado la atención. No me parecía estar leyendo al mismo autor de "FrICCIONES".

Muy, pero que muy irritante, me ha resultado el narrador que, más que omnisciente, es omnipresente y se harta de avisarnos de lo que va a suceder (prolepsis, creo recordar que se llama el recurso). 

A veces me he sorprendido pensando que estaba leyendo una novela juvenil: tan ramplones eran los trucos, tan evidentes las trampitas, tan consabidas algunas situaciones. 
Veamos en la pág. 266 un ejemplo menor, pero representativo: 

"Y es así como en lugar de ir a comer con Robinsón, Leandro y Julianín (perdón, Julián)..."

(Evidentemente, un poco antes el personaje en cuestión había exigido que le apearan el diminutivo).




Sin embargo, no todo es malo. La prosa está cuidada, salvando deslices ocasionales que se concentran en su primera parte. Los personajes son vivaces, si bien poco perfilados, con la excepción de Pablo, el aventurero protagonista. El juego de fragmentos alternos, contando unos el pasado de Pablo, otro el presente de la intentona anarquista de Vera de Bidasoa en 1924 y el final del revolucionario en la cárcel de Pamplona, está casi siempre bien llevado. 

El tono de dignidad general y de "entretenimiento sano", que dirían los pisaverdes de antaño, es lo que hace llevadera una lectura tan prolongada. Hay momentos en que la tensión se transmite con eficacia y uno se sorprende queriendo saber cómo sucedió lo que ya conoce o adivina, mérito indiscutible del escritor. 

En resumen, una novela que creo fallida en lo literario pero eficaz como diversión para cualquier tipo de lector, a ser posible, sin demasiadas exigencias.